Por Arantxa Dias Oñate
En un rincón carioca donde las cuestas de Santa Teresa se funden con el bullicioso barrio de Lapa, se encuentra la comúnmente conocida Escalera de Selarón, obra mutante y manifestación viva del espíritu de un hombre que decidió transformar un espacio aparentemente sin nada que ofrecer en una expresión del arte plástico, el tiempo y la pasión, por medio de azulejos y un profundo y laborioso trabajo artesanal sostenido en durante años.
La también conocida como Escadaria do Convento de Santa Teresa, además de ser un atractivo turístico que miles de individuos han transitado y fotografiado durante años es también el testimonio de una historia y un poderoso vínculo artístico con la creación que respira y en su misma esencia, refleja la intensidad y la locura del artista que se encuentra detrás de dicha creación, el chileno Jorge Selarón.
Jorge Selarón: Un Viaje Sin Retorno
Nacido en Limache, Chile, en 1947, Selarón fue un alma inquieta, impulsada desde su juventud por el deseo de conocer mundo. A los diecisiete años, dejó su pequeña ciudad natal y emprendió una travesía que lo llevaría a conocer más de cincuenta países, labrando una ruta de experiencias y vivencias que trazarían su obra futura. Sin embargo, terminó encontrando su lugar en el mundo en Río de Janeiro, esa ciudad mágica y caótica que cautivó al artista con su calor, su energía y, como él mismo decía, con las mujeres criollas embarazadas, un motivo recurrente y profundamente enigmático en su trabajo pictórico.
La historia de Selarón se acerca más a la de los perfiles autodidactas y bohemios que a la de los artistas consagrados desde un principio. Autodidacta y conocedor de varios rincones del mundo, se ganaba la vida vendiendo sus cuadros en restaurantes y calles. No obstante, fue en la Calle Manoel Carneiro donde su destino artístico tomó forma. En 1990, comenzó una obra que culminó en la metamorfosis de una simple escalera en un símbolo global de arte popular, fuente desde la que manifestó una oda al mosaico, y un amor por la ciudad carioca y la humanidad.
Una Obra Viva y Mutante
Lo que inicialmente comenzó como un humilde proyecto de decoración, con pequeñas intervenciones en las aceras de su barrio, se transformó en una de las obras de arte más icónicas de Brasil. Inspirado por el Parque Güell de Barcelona, Selarón comenzó a revestir los 215 escalones y los 125 metros de la escalera con más de 2000 azulejos de diversos colores llamativos. La primera fase de la obra estuvo marcada por la precariedad y el sacrificio, ya que su único sustento provenía de la venta de sus cuadros. Pero, a pesar de las dificultades económicas, el artista nunca desistió en su visión, cubriendo cada peldaño con cerámica año tras año.
En 1994, tras la Copa Mundial de Fútbol, Selarón dio un giro crucial en la escalera al introducir los característicos azulejos rojos, que según él representaban «el color Ferrari, el más hermoso del mundo». Con este rojo dominante, la escalera comenzó a adquirir una identidad visual distintiva, eco de la pasión de un creador que encontraba en el color la máxima expresión de la belleza.
Una Obra Para el Mundo
A lo largo de los años, la escalera dejó de ser un proyecto personal para convertirse en un crisol de influencias internacionales. Fanáticos del mundo entero comenzaron a enviarle azulejos, siendo los mismos procedentes en su totalidad de más de sesenta países. Cada pieza añadida a la escalera traía consigo una historia, una energía que se sumaba a la locura creativa de Selarón.
El artista entendía su obra como un organismo vivo, en constante cambio. No existía una versión definitiva de la escalera; para él, el arte debía ser dinámico, permanecer en constante evolución y mutar como lo hace la vida misma. Esta concepción le permitió seguir trabajando en la escalera hasta el final de sus días, efectuando modificaciones, añadiendo nuevas piezas e incorporando nuevos detalles y fragmentos de su alma.
El Precio del Genio
No obstante, tal explosión creativa no estuvo exenta de conflictos. La obra del artista plástico no fue comprendida por todos, y en diversas ocasiones su trabajo fue cuestionado por interferir con el patrimonio histórico de la ciudad. En 2012, una parte de su proyecto fue demolida por el ayuntamiento, un golpe duro para el artista que, a pesar de haber sido nombrado ciudadano honorario de Río de Janeiro lidiaba con amenazas y problemas personales.
A pesar de todo, Selarón continuó dedicando su vida a este proyecto, consciente de que su legado se inmortalizaría en cada uno de los peldaños que él mismo se esmeró en decorar con empeño.
Un Final Trágico y Poético
El 10 de enero de 2013, el cuerpo sin vida de Selarón fue encontrado en los mismos escalones que él había cubierto con sus manos, rodeado de una simbología que ahora permanece envuelta de un aire casi profético. En misteriosas circunstancias, su cadáver se halló quemado junto a una lata de diluyente. Entre las numerosas especulaciones que circunscriben su fallecimiento, una de las teorías sostiene que un ex-colaborador con el que había participado en la creación de su obra habría sido el responsable, al exigirle parte de las ganancias. Otras versiones afirman que el artista llevaba meses padeciendo problemas del estado de ánimo y su muerte fue auto-inducida.
El Legado de Selarón: El Alma de Río
Hoy en día, la Escalera de Selarón es uno de los baluartes artísticos y simbólicos más importantes de Río de Janeiro, un lugar que ha sido escenario de videoclips musicales, anuncios publicitarios, películas y programas de televisión. Desde las inconfundibles notas musicales de U2 en Walk On hasta la imponente presencia de Edward Norton en El Increíble Hulk, la obra no solo capturó el espíritu de la ciudad, sino que también lo proyectó hacia el exterior.
La Escalera de Selarón protagonizó diversos artículos periodísticos y programas de registro, siendo publicada en la Revista Natural Geographic, Time, Wall Paper y Rlle Decoration. Esta escalera también apareció en Dove, Playboy, Voyage, Ragazza y Glamour, Geo, Gala, Merian y Lufthansa Magazine
Como toda expresión puramente artística, esta obra nos invita a travesar la experiencia del autor y a comprender que la verdadera grandeza de una creación no reside en la fama o el dinero, sino en la entrega incondicional a una visión que, en su caso, quedó inmortalizada en cerámica y color.