En un mundo que busca enfrentarse a nuevos paradigmas de cambio, las nuevas normativas ambientales en España, que restringen el uso de vehículos sin etiqueta ambiental, parecen más una medida de cara a la galería que un verdadero paso hacia un futuro ecológico.
Estas regulaciones, lejos de fomentar una transición sustentable, imponen una carga desproporcionada sobre los propietarios de vehículos antiguos, muchos de los cuales, irónicamente, siguen siendo más respetuosos con el medio ambiente que algunos de los llamados «vehículos ecológicos» aprobados por las autoridades.
Ejemplo de ello es el caso de un usuario de LinkedIn en torno a su coche Alfa Romeo 147 JTD, un vehículo que, a pesar de tener 18 años y 260,000 kilómetros, según manifestó el dueño, seguía demostrando ser extremadamente fiable y duradero, con un historial de mantenimiento impecable y una vida útil aún por aprovechar. No obstante, el usuario de LinkedIn manifestaba haberse visto obligado a deshacerse de él debido a las imposiciones legales que, a partir de diciembre, prohibirán la circulación de vehículos sin etiqueta ambiental en muchas áreas urbanas.
Etiquetas ambientales y una verdad incómoda:
La fabricación de un nuevo vehículo genera una huella de carbono significativamente mayor que el mantenimiento de uno existente.
Según un estudio del Instituto de Investigación de Energía y Medio Ambiente de la Universidad de Michigan, la producción de un coche nuevo emite entre 6 y 35 toneladas de CO2, dependiendo del modelo y la eficiencia de la planta de fabricación. Este impacto ambiental inicial puede tardar años en compensarse mediante las reducciones de emisiones que un vehículo nuevo podría ofrecer en comparación con un coche antiguo bien mantenido.
Además, la normativa actual favorece la adopción de vehículos híbridos que, en muchos casos, son una burla a la lógica ambiental. Muestra de ello es el sistema e-POWER de Nissan, un vehículo etiquetado como ECO, que funciona esencialmente con un motor de combustión interna cuya única función es cargar la batería que alimenta el motor eléctrico. Este tipo de tecnología no solo perpetúa la dependencia de los combustibles fósiles, sino que también complica innecesariamente el sistema de propulsión, aumentando la probabilidad de fallos mecánicos y el coste de mantenimiento, sin ofrecer una mejora real en la reducción de emisiones en comparación con motores diésel eficientes.
La consecuencia de estos cambios impostados que más que buscar una mudanza hacia la sostenibilidad parecen pretender forzar una transición tecnológica, se traducirán en una suerte de obsolescencia programada que obligará a los consumidores a deshacerse de vehículos funcionales para adquirir nuevos modelos que, en la mayoría de los casos, se encuentran fuera del alcance del ciudadano común.
Por ende, este fenómeno lo que provocará será obligar al individuo a elegir entre endeudarse para cumplir la ley o enfrentarse a la exclusión del acceso a zonas cada vez más amplias de nuestras ciudades y teniendo en cuanta estos factores, se puede estimar el hecho de que hasta que no se lleve a cabo la implementación de medidas reales y justas que promuevan un futuro más limpio evaluando de manera holística y consciente todas las variables y consecuencias, las normativas de etiquetas ambientales no son más que una realidad maquillada y una burla a la lógica medioambiente.